Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de esa cruz a la propia vida. Lo dijo el Papa Francisco en el vía crucis con los jóvenes en Río de Janeiro en el año 2013.
Jesús, dijo el Papa Francisco, con su Cruz recorre nuestras calles y carga nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos. Con la Cruz, Jesús se une:
Al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos.
A las familias que se encuentran en dificultad.
A todas las personas que sufren hambre, en un mundo que, por otro lado, se permite el lujo de tirar cada día toneladas de alimentos.
A tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga.
A quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel.
A tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.
En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevás vos solo. Yo la llevo con vos y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
Alejandro Córdoba
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