En
el Evangelio de San Marcos se nos narra que “en aquel tiempo fue a ver a Jesús
un leproso que le suplicaba de rodillas –precisamente en un gesto de adoración–
y le decía: ‘Si quieres, puedes purificarme’”.
El
leproso desafía al Señor diciendo: ‘yo soy un derrotado en la vida –el leproso
era un derrotado, porque no podía hacer vida común, era siempre ‘descartado’,
puesto aparte– ¡pero
tú puedes transformar esta derrota en victoria!’. Es decir: ‘Si
quieres, puedes purificarme’. Ante esto Jesús tuvo compasión, tendió la mano,
lo tocó y le dijo: ‘¡Yo lo quiero! ¡Estás purificado!’. Así, sencillamente:
esta batalla terminó en dos minutos con la victoria; (…) Aquel hombre tenía
algo que impulsaba a ir hacia Jesús y lanzarle aquel desafío. ¡Tenía fe!”
.
Es
que “Nuestra fe vence,
¡siempre!” Porque la
fe es victoria. La fe, como este hombre: ‘Si quieres, puedes
hacerlo’. Aquellos otros derrotados que leemos en el Antiguo Testamento que
llevaban el Arca, rezaban a Dios, pero no tenían fe. Se habían olvidado de Él.
Éste (el leproso) tenía fe y cuando se pide con fe, el mismo Jesús nos ha dicho
que se mueven las montañas. Somos capaces de mover una montaña de una parte a
otra: la fe es capaz de esto. El mismo Jesús nos ha dicho: ‘Todo lo que le pidan al Padre en
mi nombre, les será dado. Pidan y les será dado; llamen y se les abrirá’.
Pero con fe. Y esta es nuestra victoria.
En el
libro de Samuel en el que se nos narra la derrota del pueblo de Israel a manos
de los filisteos se nos cuenta que “la
matanza fue muy grande” y el pueblo
perdió todo, “incluso
la dignidad”. ¿Qué
consecuencia tuvo esta derrota, porque el pueblo, lentamente se había alejado
del Señor, vivía mundanamente, incluso con los ídolos que tenía? Los israelitas
iban entonces al Santuario de Silo, pero como si fuera una costumbre cultural,
porque habían perdido su relación filial con Dios. ¡No adoraban a Dios! Y el
Señor los dejó solos. El pueblo usa incluso el Arca de Dios para vencer en la
batalla pero como si fuera una cosa “un poco mágica”.
En
el Arca estaba la Ley, la Ley que ellos no observaban y de la que se habían
alejado. ¡Ya no tenían una
relación personal con el Señor!. Se habían olvidado de Dios que los había
salvado y fueron derrotados, 30 mil israelíes muertos, por los
filisteos. Los dos hijos de Elí, toman el Arca de Dios: eran aquellos
sacerdotes delincuentes que explotaban a la gente en el Santuario de Silo, y, mueren.
Una
derrota total. Un
pueblo que se aleja de Dios termina así: Cuenta con un
Santuario, pero el corazón no está con Dios, no sabe adorar a Dios: cree en
Dios, pero en un Dios un poco brumoso, lejano, que no entra en el corazón, por
lo que desobedecen sus Mandamientos. ¡Esta es la derrota!.
Os
exhorto a pedir al Señor que nuestra oración tenga siempre aquella raíz de fe,
que nazca de la fe en Él. La gracia de la fe: es un don la fe. No se aprende en
los libros. Es un don que te da el Señor, pero pídelo: ‘¡Dame la fe!’. ‘¡Creo,
Señor!’ dijo aquel hombre que pedía a Jesús que curara a su hijo: ‘Te pido
Señor, aumenta mi poca fe’. La
oración con la fe… y es curado.
Pidamos
al Señor la gracia de rezar con fe, de tener la seguridad de que cada cosa que
le pidamos a Él nos será dada, … con esa seguridad que nos da la fe. Y esta es
nuestra victoria: ¡nuestra fe!
Fernando
No hay comentarios:
Publicar un comentario