Para prepararse bien se necesita trabajar a fondo, pero
sobre todo una conversión interior,
que cotidianamente radique en el misterio de la primera llamada de Jesús y lo reviva en la relación personal con Él, como
hizo el apóstol Pablo, de quien, tantas veces, hemos recordado su conversión.
Tenemos
también la figura de San Carlos Borromeo, para quien, su vida fue un constante movimiento de conversión, reflejando la
imagen de Pastor. Él se identificó con esta imagen, la nutrió con su vida,
sabiendo que el discurso se convierte en realidad al precio de la sangre: los
'sanguinis ministri' eran para él los verdaderos curas. Él puso toda su pasión
para reproducir esa Imagen del Pastor. De esta manera, la gran obra de los
teólogos de su tiempo, quedó plasmada en la celebración del Concilio de Trento,
que fue llevada a cabo por pastores santos como Borromeo.
Tenemos que recordar a estos
jóvenes estudiantes seminaristas, que son herederos
y testigos de esa gran historia de santidad, que se arraiga en sus patrones
en particular y en los santos de nuestra amada Iglesia.
Esta es la meta a
alcanzar. Aunque a menudo aparece en el camino una tentación para expulsar: sí, aquella de la normalidad, la de un
Pastor que se contenta con una vida normal y corriente... La normalidad
en cambio para nosotros es la santidad pastoral, el don de la Vida. Si un
sacerdote elige ser una persona normal será un sacerdote mediocre o algo peor.
El
sacerdote lo es para anunciar palabras de Vida, pero ha de hacer de su propia
vida un diálogo constante con la Palabra de Dios, a modo de Dios que habla.
En
ese sentido, como parte de su formación, a los seminaristas se les ha confiado la misión de entrenarse en este diálogo de
Vida, y, el aprendizaje de las varias disciplinas que estudian no termina
en ellas, sino que se concreta en el coloquio de la oración y en el encuentro
real con las personas.
No
hay que formarse por partes: la oración,
la cultura y la pastoral son muros de carga de un único edificio y deben
estar siempre fuertemente unidas para sostenerse entre sí, para que los
sacerdotes de hoy y mañana sean hombres espirituales y pastores misericordiosos
interiormente unificados en el Señor y capaces de difundir la alegría del Evangelio
en la simplicidad de la vida.
Y para concluir, animo y aliento también a los
jóvenes a cultivar la belleza de la amistad y el arte de establecer relaciones,
para crear una fraternidad sacerdotal
más fuerte, que las diversidades particulares. Y recen por mí. Gracias.
Fernando
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