Hoy
en día, no faltan ni conocimientos científicos ni herramientas técnicas capaces
de apoyar a la vida humana en las
situaciones en que se la presenta, débil. Pero a veces se echa de menos la humanidad. La buena acción no es la correcta
aplicación de los saberes éticos; presupone un interés real en la persona
frágil. Los médicos y todos los profesionales de la salud no deben descuidar jamás cómo conyugar ciencia, tecnología y humanidad.
En la Sagrada Escritura,
se nos dice que las intenciones buenas o malas no entran en el ser humano desde
fuera, sino que brotan de su ‘corazón’... En la Biblia, el corazón no es
solamente el órgano de los afectos, sino también el de las facultades
espirituales, de la razón y la voluntad; es la sede de las decisiones, del modo
de pensar y de actuar. La sabiduría de
las decisiones, abierta al movimiento del Espíritu Santo, también implica al
corazón'.
Sin
embargo, en nuestro tiempo, algunas pautas culturales ya no reconocen la huella
de la sabiduría divina en lo creado y tampoco en los seres humanos. La
naturaleza humana se reduce así a la mera materia, maleable, según cualquier
diseño.
¡Nuestra
humanidad, sin embargo, es única y preciosa a los ojos de Dios! Por eso la primera naturaleza que hay que
custodiar, para que dé fruto, es nuestra propia humanidad... que florecerá
así, en una gran variedad de virtudes. Y la virtud es la expresión más
auténtica de lo bueno que el hombre, con la ayuda de Dios, es capaz de realizar.
Porque
la virtud, no es sólo un hábito, sino la
capacidad siempre renovada de elegir el bien: es la expresión más elevada
de la libertad humana, lo mejor que ofrece el corazón del hombre. Cuando el corazón se aparta del bien y de
la verdad contenida en la Palabra de Dios, corre muchos peligros, carece de
orientación y es probable que llame al mal bien y al bien mal... cae en el
error moral y se siente oprimido por una creciente angustia existencial.
En
ese sentido, nos advierte Cristo: Todo aquel que comete pecado es esclavo del
pecado, y, la corrupción del corazón tiene graves consecuencias para la vida
social. Esta condición no puede cambiar ni por las teorías, ni por el
efecto de las reformas sociales o políticas. Sólo la obra del Espíritu Santo
puede reformar nuestro corazón, si colaboramos: Dios mismo, de hecho, ha asegurado su gracia eficaz para los que buscan,
y los que se convierten ‘de todo corazón’.
Hablar
de virtud significa afirmar que la elección del bien involucra y compromete a
toda la persona. No es una cuestión ‘cosmética’, un embellecimiento exterior,
que no daría frutos: se trata de desarraigar del corazón los deseos deshonestos
y de buscar el bien con sinceridad.
También
en el ámbito de la ética de la vida las
normas necesarias, que sancionan el respeto de las personas, no son de por
sí suficientes para realizar plenamente el bien del hombre. Las virtudes de los
que trabajan en la promoción de la vida son la garantía última de que el bien
será respetado realmente.
En
ese sentido, decimos que, si bien, la cultura contemporánea aún conserva las
premisas para afirmar que el hombre,
cualesquiera que sean sus condiciones de vida, es un valor que debe ser
protegido. Y esta misma cultura es, también, víctima de incertidumbres morales
que no le consienten defender la vida de forma eficaz.
Por
ello pido a las universidades que formen a los jóvenes para que acojan la vida
humana y la cuiden de acuerdo con la dignidad que le pertenece, en todas las
circunstancias. En cualquier caso, que
los que se dedican a la defensa y a la promoción de la vida muestren, ante todo,
su belleza. De hecho, la Iglesia no crece por proselitismo sino por
atracción, por lo que la vida humana se defiende y promueve eficazmente sólo
cuando su belleza se conoce y se muestra.
Finalmente,
reitero mi llamado a no dejar que el
pensamiento humano, incluso cristiano, caiga bajo las nuevas colonizaciones
ideológicas, bajo forma de virtudes, de modernidad, de actitudes nuevas. Son
colonizaciones, es decir, quitan la
libertad, y son ideológicas, es decir, temen la realidad tal y como Dios la ha
creado.
Fernando
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