En el año 1979 Enrique Tierno Galván fue elegido alcalde de Madrid. En su toma de posesión pidió un ejemplar de la nueva Constitución y un Crucifijo.
Ese gesto del «viejo profesor» (que era como se le conocía) fue comentado y Tierno lo explicó así: “En efecto, tiene usted razón, yo no soy creyente, soy agnóstico. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble”.
Con el tiempo aquel espíritu de sensatez y tolerancia ha ido desapareciendo. Empujado por un laicismo que quiere ver desterrados de la vida pública toda clase de expresiones del sentimiento religioso.
En ninguna nación de la vieja Europa existe ese desprecio, que a veces llega a crear un clima de tensión. Ni siquiera en un país con una fuerte tradición laica e incluso laicista como Francia existe esa falta de respeto.
Precisamente francés era el sacerdote Abbé Pierre. Fue miembro de la resistencia y fundador de los “traperos de Emaús”, una organización dedicada a combatir la exclusión y la pobreza. Su funeral tuvo lugar en la catedral de Notre Dame en octubre de 2007. Lo presidió el arzobispo de París acompañado, en las primeras filas, por el presidente de la república, varios ministros y embajadores. Atrás los mendigos. En la eucaristía el socialista Jacques Delors leyó parte de la carta de Pablo a los fieles de Corinto en la que se hace un encendido elogio de la dinámica del amor. De la Francia laicista no había signo ninguno.
¿Por qué hay hoy tanto empeño en asociar la Iglesia católica a unos cuantos casos de religiosos corrompidos?. ¿Por qué no querer reconocer la labor de muchos miles que como el Abbé Pierre dedican su vida a sembrar el bien, cultivar la justicia, acrecentar la concordia y sostener la integración, sin cansarse nunca?. ¿Por qué hay hoy tanto desprecio a los seguidores de aquel crucificado que tanto respeto inspiraba a Tierno Galván?
Alejandro Córdoba
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