lunes, 24 de noviembre de 2014

RETRATO LITERARIO DE SANTA TERESA


En el Carmelo Descalzo también tenemos que recordar de manera especial a una de las hijas más queridas de Teresa de Jesús, a María de San José (Salazar). Esta intrépida carmelita descalza, entre otras, fue la fiel transmisora del carisma teresiano con sus escritos y vida. Nació en 1548 (posiblemente en Toledo) y por seguir el ideal teresiano murió desterrada en el convento de Cuerva (Toledo) un 19 de octubre de 1603. María de San José fue la primera priora de esta comunidad tan querida por Teresa de Jesús. Este doble tesoro  de nuestra Santa Madre Teresa de Jesús (la descripción de María de San José y el cuadro de fr. Juan de la Miseria) A ello hay que sumar que la misma María de San José, Teresa de Jesús y Sevilla son tres nombres que no pueden separarse ni olvidarse al hablar del Carmelo Descalzo.


Era esta santa de mediana estatura, antes grande que pequeña, Era gruesa más que flaca y en todo bien proporcionada. El cuerpo, algo abultado, fornido, todo el muy blanco y limpio, suave, cristalino, que  tuvo en alguna manera parecía transparente. El rostro, no nada común, no se puede decir redondo ni aguileño; los tercios de él iguales, la color de él , blanca y encarnada, especialmente en las mejillas, donde parece se veía la sangre mezclada con la leche. Tenia el cabello negro, limpio, reluciente y blandamente crespo.  La frente, ancha, igual y muy hermosa.  Las cejas algo gruesas,  de color rubio oscuro con poca semejanza de negro; el pelo, corto, y ellas largas y pobladas, no muy en arco, sino algo llanas. Los ojos, negros, vivos, redondos, no muy grandes, más bien puestos y un poco papajados; en riéndose, se reían todos y mostraban alegría, y por otra parte muy graves cuando ella quería mostrar gravedad. La nariz, bien sacada, más pequeña que grande, no muy levantada de en medio, y  en derecho de los lagrimales, para arriba, disminuida hasta igualar con las cejas, formando un apacible entrecejo; la punta redonda y un poco inclinada para abajo; las ventanas arqueaditas y pequeñas, y toda ella no muy desviada del rostro. La boca, ni grande ni pequeña; el labio de arriba delgado y derecho; el de abajo, grueso y un poco caído, de muy linda gracia y color. Los dientes, iguales y muy blancos. La barba bien formada. Las orejas, pequeñas y bien hechas. La garganta, ancha, blanca y no muy alta, sino antes metida un poco. Tenía muy lindas manos, aunque pequeñas y los pies, muy lindos y muy proporcionados; en el rostro, al lado izquierdo, tres lunares levantados como verrugas pequeñas, en derecho unos de otros, comenzando desde abajo de la boca el que mayor era, y el otro entre la boca y nariz, y el último en la nariz, más cerca de abajo que de arriba. Daba gran contento mirarla y oírla porque era my apacible y graciosa en todas sus palabras y acciones. Tenía particular aire y gracia en el andar, en el hablar, en el mirar y en cualquier acción o ademán que hiciese o cualquier manera de semblante que mostrase. La vestidura o ropa que traia, aunque fuese el pobre hábito de sayal de su Orden, y un harapo viejo y remendado que se vistiese, todo le caía muy bien. Era en todo perfecta como se ve por un retrato que al natural sacó fray Juan de la Miseria, un religioso nuestro. 

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