El sol viajaba por el cielo, alegre y glorioso sobre su carro de fuego, lanzando sus rayos en todas las direcciones, a pesar de la rabia de una nube de humor de temporal, que rezongaba: —Despilfarrador, mano rota, regala, regala tus rayos, verás cuántos te van a quedar. En los viñedos cada grano de uva que maduraba sobre los sarmientos robaba un rayo al minuto, o también dos; y no había una brizna de hierba, o araña, o flor, o gota de agua, que no se tomase su parte.
Deja, deja que todos te despojen: verás cómo te lo agradecerán, cuando no tengas nada más para regalarles.
El sol continuaba alegremente su viaje, regalando rayos por millones, por miles de millones, sin contarlos. Solamente al ocaso contó los rayos que le quedaban: y fíjate, no le faltaba ni si quiera uno.
La nube, de la sorpresa, se disolvió en granizo. El sol se zambulló alegremente tras el horizonte.
(Gianni Rodari. Cuentos por teléfono)
Hay muchos envidiosos, como la nube de hoy, que sufren cuando los otros son generosos. Señor, que nosotros no envidiemos jamás el bien que hacen los otros, sino que los imitemos con gozo y alegría. Gracias, Señor, por la gente que se da a los demás. Te pedimos ahora por los egoístas y envidiosos, para que también ellos puedan hacerse generosos y disfrutar con el bien.
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