1.-Visitar
a los enfermos:
La vida de Jesús,
sobre todo en los tres años de su ministerio público, fue un incesante encuentro con las personas. Entre
ellas, un lugar especial lo han tenido los enfermos. ¡Cuántas páginas de los
Evangelios narran estos encuentros! El paralítico, el ciego, el leproso, el
endemoniado, el epiléptico, e innumerables enfermos de todo tipo… Jesús se ha
hecho cercano a cada uno de ellos y los ha sanado con su presencia y la
potencia de su fuerza sanadora. Por lo tanto, no puede faltar, entre las Obras
de misericordia, aquella de visitar y asistir a las personas enfermas.
Vemos
que tanto los enfermos como los encarcelados viven en una condición que limita
su libertad. ¡Y justamente cuando nos falta, nos damos cuenta de qué preciosa
es! Jesús nos ha donado la posibilidad de ser libres no obstante los límites de
la enfermedad y de las restricciones. Él nos ofrece la libertad que proviene de su encuentro y del sentido nuevo que este
encuentro trae a nuestra condición personal.
Con esta Obra de misericordia el Señor
nos invita a un gesto de grande humanidad: el compartir. Quien está enfermo,
muchas veces se siente solo. No podemos ocultar que, sobre todo en nuestros
días, justamente en la enfermedad se tiene la experiencia más profunda de la soledad que atraviesa gran parte de
la vida. ¡Una visita puede hacer sentir a la persona enferma menos sola, y un
poco de compañía es una óptima medicina! Una sonrisa, una caricia, un apretón
de manos son gestos simples, pero muy importantes para quien se siente estar
abandonado a sí mismo. ¡Cuántas personas se dedican a visitar a los enfermos en
los hospitales o en sus casas! Es una obra de voluntariado impagable. Cuando es
hecho en el nombre del Señor, entonces se convierte también en expresión
elocuente y eficaz de misericordia. ¡No dejemos solas a las personas enfermas!
No impidamos a ellos encontrar alivio, y a nosotros ser enriquecidos por la
cercanía con quien sufre. Los hospitales
son verdaderas “catedrales del dolor”, donde también se hace evidente la
fuerza de la caridad que sostiene y siente compasión.
2.-
Visitar a los encarcelados:
Jesús
tampoco se olvidó de ellos. Al poner la “visita a los encarcelados” entre las
obras de misericordia, ha querido invitarnos, en primer lugar, a no hacernos jueces de nadie. Cierto, si
uno está en la cárcel es porque se ha equivocado, no ha respetado la ley y la
convivencia civil. Por eso en la prisión, está descontando su pena. Pero, a
pesar de lo que haya hecho, él es siempre amado por Dios. ¿Quién puede entrar
en lo íntimo de su conciencia para entender qué siente? ¿Quién puede comprender
el dolor y el remordimiento? Es demasiado fácil lavarse las manos afirmando que
se ha equivocado. Un cristiano está llamado más bien a hacerse cargo, para que
quien se ha equivocado comprenda el mal realizado y vuelva a sí mismo. La falta de libertad es sin duda una de
las privaciones más grandes para el ser humano. Si a ésta se agrega el estado
de las condiciones, en las que, a menudo, sin humanidad, estas personas se
encuentran viviendo, entonces es cuando un cristiano se siente provocado a
hacer de todo para restituir su dignidad.
Visitar
a las personas en la cárcel es una obra de misericordia que sobre todo hoy
asume un valor particular para las diversas formas de justicialismo al cual
estamos sometidos. Por lo tanto, que nadie
apunte el dedo contra alguien. En cambio, todos volvámonos instrumentos de
misericordia, con actitudes de comunión
y de respeto. Pienso a menudo en los encarcelados… pienso a menudo, los
llevo en el corazón. Me pregunto qué los
ha llevado a delinquir y cómo hayan podido
ceder a las diversas formas del mal. Sin embargo, junto a estos
pensamientos siento que todos tienen necesidad de cercanía y de ternura, porque
la misericordia de Dios cumple prodigios. ¡Cuántas lágrimas he visto derramarse
sobre las mejillas de prisioneros que quizás, jamás en su vida habían llorado!
Y esto sólo porque se sintieron acogidos y amados.
Y
no olvidemos que también Jesús y los apóstoles han tenido la experiencia de la
prisión. En los relatos de la Pasión conocemos los sufrimientos a los cuales el
Señor ha sido sometido: capturado, arrastrado como un malhechor, ridiculizado,
flagelado, coronado con espinas… ¡Él, el único inocente! Y también San Pedro y San
Pablo estuvieron en la cárcel (Cfr. Hech 12,5; Fil 1,12-17).
Es
conmovedora la página de los Hechos de los Apóstoles en la cual es relatada la
reclusión de Pablo: se sentía sólo y deseaba que alguno de los amigos lo
visitara (Cfr. 2 Tim 4,9-15). Se sentía solo porque la gran mayoría lo había
dejado solo… el gran Pablo.
Estas obras de misericordia, como
se ve, son antiguas, y sin embargo siempre actuales. Jesús dejó aquello que estaba haciendo para ir a visitar a la
suegra de Pedro; una obra antigua de caridad. Jesús lo hizo.
No caigamos en la indiferencia, porque estos hechos cuando son
realizados en nombre de Dios se convierten en instrumentos eficaces de la
misericordia de Dios. Además esto nos hará mucho bien a nosotros. La misericordia
pasa a través de un gesto, una palabra, una visita y, esta misericordia es un
acto para restituir alegría y dignidad a quien la ha perdido. Gracias. Fernando
No hay comentarios:
Publicar un comentario