En
la pasada semana de oración por la unidad de los cristianos, se nos ha invitado
insistentemente a pedir perdón por el
pecado de nuestras divisiones y a confiar
en la misericordia de Dios para lograr la ansiada unidad.
La unidad es un don de la misericordia de
Dios Padre: por lo que debemos tener bien presente que no puede haber una
auténtica búsqueda de la unidad de los cristianos sin un confiarse plenamente a
la misericordia del Padre.
En
ese sentido, en primer lugar, invita a que pidamos perdón por el pecado de
nuestras divisiones, que son una herida abierta en el Cuerpo de Cristo. Como
Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Católica, quiero invocar misericordia
y perdón por los comportamientos no evangélicos de parte de los católicos ante
los cristianos de otras Iglesias.
Al
mismo tiempo, invito a todos los
hermanos y hermanas católicos a perdonar, si hoy o en el pasado, han sido
ofendidos por otros cristianos. No podemos cancelar lo que ha sido, pero no
queremos permitir que el peso de los pecados del pasado continúe contaminando
nuestras relaciones. La misericordia de Dios renovará nuestras relaciones.
Podemos
avanzar en el camino hacia la comunión plena y visible entre los cristianos no
sólo cuando nos acercamos los unos a los otros, sino sobre todo en la medida en que nos convertimos al
Señor, que por su gracia nos elige y nos llama a ser sus discípulos.
Convertirse,
significa dejar que el Señor viva y
trabaje en nosotros. Por este motivo, cuando los cristianos de diferentes
Iglesias escuchan juntos la Palabra de Dios y tratan de ponerla en práctica,
cumplen pasos verdaderamente importantes hacia la unidad. Y no sólo la llamada
nos une; también compartimos la misma misión: anunciar a todos las maravillosas
obras de Dios.
Recordemos
que el ministerio de San Pablo se funda en la sobreabundante misericordia de
Dios, que nos conduce a la salvación es Jesucristo, nuestro Señor, el rostro
misericordioso del Padre.
En
la oración de Jesús, pidió a Dios “que
todos sean uno (…) para que el mundo crea”. Aquí ante la tumba de san
Pablo, apóstol y mártir, custodiada en esta espléndida Basílica, sentimos que
nuestra humilde petición es apoyada por la intercesión de la multitud de mártires
cristianos de ayer y de hoy.
Pensemos
que las persecuciones de cristianos en Medio Oriente y África, nos hablan de
cierto “ecumenismo de sangre”, ya que los mártires han respondido con
generosidad a la llamada del Señor, han dado testimonio fiel, -con su vida-,
de las maravillas que Dios ha cumplido por nosotros, ya experimentan la plena
comunión en la presencia de Dios Padre, y estamos seguros de que también interceden por esta unidad de los cristianos.
Fernando
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