lunes, 23 de enero de 2017

Papa Francisco y la Familia: Ante el perdón



     ¿Para qué sirve perdonar? ¿Es sólo una buena acción, o, da resultados?

    
  Para dar respuesta a estas preguntas, recordemos el martirio de San Esteban.  Entre aquellos por los cuales Esteban imploró el perdón, había un joven llamado Saulo; éste perseguía a la Iglesia y trataba de destruirla. Y poco tiempo después Saulo llegó a ser Pablo, el gran Santo, el Apóstol de las gentes. Había recibido el perdón de Esteban. Podemos decir que Pablo nace de la gracia de Dios y del perdón de Esteban.

     También nosotros nacemos del perdón de Dios. No solo en el Bautismo, sino que, cada vez que somos perdonados, nuestro corazón renace, es regenerado. Cada paso hacia adelante en la vida de la fe, lleva impreso al inicio el signo de la misericordia divina.
      Sólo cuando somos amados podemos amar; por lo que si queremos avanzar en la fe, ante todo, es necesario recibir el perdón de Dios; encontrar al Padre, que está dispuesto a perdonar todo y siempre, y que, precisamente perdonando, cura el corazón y reaviva el amor.

      Jamás debemos cansarnos de pedir el perdón divino, porque sólo cuando somos perdonados, cuando nos sentimos perdonados, aprendemos a perdonar. Sin embargo, perdonar no es una cosa fácil, es siempre muy difícil.

     ¿Cómo podemos imitar a Jesús? ¿Por dónde comenzar  para disculpar pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día? Ante todo por la oración, como hizo Esteban.
     Así pues, para perdonar se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios: ‘Señor, te pido por él, te pido por ella’”.
     Después se descubre que esta lucha interior para perdonar nos purifica del mal, y, que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor. ¡Es tan feo vivir en el rencor!.
     
     Cada día tenemos la ocasión para entrenarnos para perdonar, para vivir este gesto tan alto que acerca al hombre a Dios. Como nuestro Padre celestial, nos convertimos, también nosotros en misericordiosos, porque a través del perdón vencemos el mal con el bien, transformamos el odio en amor y así hacemos que el mundo sea más limpio. 
      Finalmente, encomiendo a la Virgen María a los que, como San Esteban, padecen persecuciones en nombre de la fe, nuestros mártires de hoy, oriente nuestra oración para recibir y donar el perdón. Recibir y donar el perdón, eso es. Recen por mí. Gracias.

                                                                                              Fernando

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