¿Para qué sirve perdonar? ¿Es sólo una
buena acción, o, da resultados?
También nosotros nacemos del perdón de Dios. No
solo en el Bautismo, sino que, cada vez que somos perdonados, nuestro corazón
renace, es regenerado. Cada paso hacia adelante en la vida de la fe, lleva impreso al inicio el
signo de la misericordia divina.
Sólo cuando somos amados podemos amar;
por lo que si queremos avanzar en la fe,
ante todo, es necesario recibir el perdón de Dios; encontrar al Padre, que
está dispuesto a perdonar todo y siempre, y que, precisamente perdonando, cura
el corazón y reaviva el amor.
Jamás debemos cansarnos de pedir el
perdón divino, porque sólo cuando somos perdonados, cuando
nos sentimos perdonados, aprendemos a perdonar. Sin embargo,
perdonar no es una cosa fácil, es siempre muy difícil.
¿Cómo podemos imitar a Jesús? ¿Por dónde
comenzar para disculpar pequeñas o grandes ofensas que sufrimos cada día?
Ante todo por la oración, como hizo
Esteban.
Así
pues, para perdonar se comienza por el propio corazón: podemos afrontar con la
oración el resentimiento que experimentamos, encomendando a quien nos ha hecho el mal a la misericordia de Dios:
‘Señor, te pido por él, te pido por ella’”.
Después se descubre que esta lucha
interior para perdonar nos purifica del mal, y, que la oración y el amor nos liberan de las cadenas interiores del rencor.
¡Es tan feo vivir en
el rencor!.
Cada día tenemos la ocasión para
entrenarnos para perdonar, para vivir este gesto tan alto que acerca al hombre
a Dios. Como nuestro Padre celestial, nos convertimos, también nosotros en
misericordiosos, porque a través del perdón vencemos el mal con el bien,
transformamos el odio en amor y así hacemos que el mundo sea más limpio.
Finalmente, encomiendo a la Virgen María a los que, como San
Esteban, padecen persecuciones en nombre de la fe, nuestros mártires de hoy, oriente nuestra oración para recibir y
donar el perdón. Recibir y donar el perdón, eso es. Recen por mí. Gracias.
Fernando
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