viernes, 3 de febrero de 2012

No a la concepción relativista de la vida




            En los tiempos que corren, oímos algunas veces aquello de…” no te preocupes, da lo mismo”… “todo es igual”… “todo vale”…y hasta el claro: “mira, es que todo es relativo, porque…” y se cuenta el chascarrillo o la anécdota fácil como argumento definitivo.

            Duele oír esto a los jóvenes, porque es una clara invitación a dejar las cosas como están, a no intentar superarse, a quedarse en la medianía, a no querer sobresalir o buscar a la excelencia, y además, porque “los ´otros compañeros´ me van a hacer la vida imposible”, …

Poco a poco, vamos viendo cómo el joven ya no se deja orientar o ayudar, va creando su propio mundo, y poco más adelante, empieza a justificar y enaltecer, hasta el máximo, la libertad individuad del hombre, su ser hombre “libre”, esto es, hacer “lo que me venga en gana”. Evidentemente, Dios deja de contar para él; sólo le importe él mismo, su propia realidad humana; para él, cada vez de manera más firme, el hombre es el auténtico ser supremo; y Dios desaparece de su vida, ¡Dios ya no me interesa! ¡fuera!.

Entonces, el hombre es quien decide cómo debe actuar y su conciencia es la autoridad moral suprema, en el terreno ético. Pero, descubre también, que, al no ser el único individuo existente, su libertad individual si quiere ser efectiva, debe acomodarse a la libertad de los demás. Por lo que la voluntad popular, expresada en el Parlamento de la Nación, es la que decide lo que está bien y lo que está mal, así que puede suceder que ese bien y ese mal sean realidades cambiantes…

Esto es especialmente visible en el campo de la sexualidad. El matrimonio,  en principio con el deseo de ser permanente, deja de ser una unión estable, y poco a poco, pasa a ser algo que dura mientras lo desea uno de los contrayentes. El aborto se transforma, de ser un delito y un crimen abominable, a ser un derecho de la mujer. La unión entre dos homosexuales no es una simple unión sino que adquiere la categoría de matrimonio. La fornicación es un derecho del niño, del joven y de cualquiera, porque el fin de la sexualidad es el placer y él o ella tienen sus órganos sexuales para usarlos cuando y como les venga en gana, evitando, eso sí, las enfermedades venéreas y los embarazos.

Estamos ante la justificación y la práctica de un libertinaje en el terreno sexual que está arruinando muchas vidas, impidiéndolas el acceso a la madurez que se requiere para poder tener, más adelante, una familia estable.

Igualmente, en el plano de lo social y político, la libertad ciudadana se elimina, porque lo que está bien o está mal depende de la voluntad y de lo que establece el Partido dominante. Y como hay disciplina de Partido, depende de lo que deciden sus máximos dirigentes. Así que, el ser humano queda privado de sus libertades y derechos al ser éstos una concesión graciosa del Estado. 

La cosa sigue más. La fornicación es la cópula carnal fuera del matrimonio. Se exalta la espontaneidad como un valor, pero en realidad se deja vía libre a los instintos, trivializando la sexualidad y banalizando el amor hasta el límite de la degradación personal en las relaciones. Todo se deja al remedio de la utilización de preservativos o de la píldora del día después. La liberalización de las costumbres, por la creciente desconexión entre sexo y procreación, y la disminución del factor religioso, así como la continua incitación a la práctica genital sin compromiso hacia el otro, hacen que los adolescentes sean cada vez más precoces.
Por otro lado, el adolescente, como consecuencia de tantos estímulos sexuales que tienen para él un gran peso, unidos al temor a no ser normal en su vida sexual, muy pronto tiene sus primeras relaciones sexuales genitales con el propio o el otro sexo. Es que además, el joven piensa, por lo que oye a sus compañeros a una determinada edad, que es preciso tener o haber tenido ya relaciones sexuales. Así que se reduce la edad de la madurez sexual, y se altera el proceso normal de maduración, y empiezan a aparecer desequilibrios de personalidad.

Es sabido que quien se orienta prematuramente hacia una vida sexual genital difícilmente podrá llegar a una síntesis válida entre madurez y sexualidad. Es sabido que la fornicación, rechazable en cualquier edad de la vida, es expresión de inmadurez afectiva; y la persona que la practica, le va a ser más difícil en el futuro mantener relaciones personales estables con una persona del otro sexo.

Sabemos que el auténtico amor supone madurez y compromiso. En cambio, la mayoría de los  jóvenes con relaciones sexuales precoces tienen carencias afectivas. Vemos cómo, en la adolescencia y juventud, no es frecuente la pareja estable. Si se produce una relación sexual, es prematura, y no suele ser premeditada; sucede que, muchas veces, viene favorecida por la ingestión de alcohol o de drogas, que disminuyen la capacidad de elección y decisión del sujeto, dificultan el razonar y desinhiben a las personas. Esto lleva a altas tasas de embarazos y de enfermedades venéreas, Y las adolescentes son el grupo de población que utiliza más los métodos postcoitales, con frecuencia abortivos, lo que origina traumas psíquicos y físicos, a veces irreparables. Esto pasa, con más frecuencia, entre aquéllas que por pobreza, marginación o malos resultados académicos no han superado un determinado umbral de maduración psicológica, ni han logrado interiorizar una educación adecuada.

          Si el encuentro sexual es tan solo una búsqueda egocéntrica, impulsiva, esta persona ya no la siente como entrega y aceptación del otro, y menos, pensar en plantear su vida futura como un proyecto amoroso y de fidelidad, a largo plazo.

Aún podríamos avanzar más datos negativos, consecuencia de ese relativismo y de la ausencia de principios sólidos sobre el respeto y la estima sobre uno mismo. Hemos de beber en fuentes más sanas y definitivas: Somos persona, con unos derechos inalienables y anteriores al Estado. La sexualidad es parte esencial de nuestra persona y de nuestro cuerpo, y estamos destinados para servir a nuestro bien y al de los que nos rodean. San Pablo en 1 Cor 6, 13, se expresó muy claro: “el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo”, y está destinado a la Resurrección. Más aún: Él, con su Redención, nos ha hecho “hijos de Dios”: ¡ahí es ná!
                                                                       Fernando

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