En nuestra sociedad española la religión católica ha pasado de ser un hecho sociológicamente compartido y culturalmente protegido a convertirse en un fenómeno contracultural. Y en esas circunstancias no es fácil aceptar que hay que vivir a contracorriente.
No es fácil, con frecuencia, afrontar la presión que actualmente tiende a despreciar la práctica religiosa y condenarla al ámbito de lo estrictamente privado, cuando no al ostracismo. Y, en tales circunstancias, una reacción frecuente es acomodarnos a las modas imperantes para así evitarnos complicaciones o creer sin confesar ni dar testimonio.
La situación actual es, ciertamente, desestabilizadora. Pero su interpretación no tiene por qué hacerse en clave de amenaza sino también de oportunidad y ocasión para la renovación. Porque, en definitiva, ni antes estábamos tan bien ni ahora estamos tan mal.
Para muchos creyentes acomodarse es imposible. Quieren tomar partido, aun a riesgo de ser descalificados y despreciados.
Tampoco vayamos de víctimas. Tampoco la tarea de ser y actuar como creyente es imposible. Porque son muchos los que descubren que los sucedáneos en torno al consumo y el instalarse de forma permanente en la trivialidad no es suficiente para satisfacer otros anhelos más profundos.
No debemos estar acomodados y adaptados al estilo cultural dominante. Pero tampoco aislados, sino inmersos y dando testimonio de “otro estilo”. Capaces de redescubrir el valor de otras realidades, otros valores y otras formas de ver la vida.
La misma fe ha de ser principio de discernimiento de lo que se puede aceptar y de lo que no. Moralmente no todo vale, aun cuando pueda ser legal. No debemos, por ello, acomodar la fe a las modas del momento sino cuestionar y denunciar lo que choque con los valores que emanan de nuestra fe.
Pero no creamos que nuestro papel debe ser permanentemente de crítica y renuncia. Como dice mi amigo JM Vegas “renunciar y denunciar son sólo la cruz de la moneda; hay una cara positiva, que consiste en anunciar, confesar y testimoniar nuestra fe, esto es, vivir reflejando la luz que Cristo ha venido a traernos y con la que nos ha curado”.
¿Crees, amigo lector, que es una quimera pretender dar testimonio a través de nuestras obras, centradas en la justicia, la solidaridad y la verdad; la benevolencia hacia todos, en vez del odio, la exclusión o la violencia; primar la equidad, en lugar de la búsqueda del propio interés?
Alejandro Córdoba
Yo creo que hoy, como siempre, el cristiano no lo tiene fácil. Digo el cristiano, entendido como el seguidor de Jesús, Es decir, aquel que se acerca a los demás, que los tiene en cuenta, en definitiva que quiere amarlos. Eso cuesta y mucho. Porque, es difícl salir de la propia vida para entregarse a los demás.
ResponderEliminar