Imagínate que la vida fuera el escenario
de un concurso donde tuvieras que demostrar al jurado y al público que tienes
suficiente talento como para seguir adelante, que tú realmente sí que vales. Un
foco se ilumina sobre ti, solo en medio del escenario; un teatro entero, que ya
ha hecho un juicio sobre tu aspecto, contemplándote, en silencio, esperando tu
actuación; y la mirada de un jurado que puede interrumpir en seco tu
representación si esta no le gusta... Si aun así consigues llegar hasta el
final, todavía te queda aguantar los comentarios críticos del jurado, que no ha
perdido ojo sobre ti... ¿pasarás adelante o no?
No son pocos los que viven la vida de
esta manera: bajo los focos de una sociedad que exige la mejor versión de ellos
mismos para ser tenidos en cuenta, bajo la atenta mirada de un Dios que les
exigirá responsabilidades por todos los talentos y expectativas que se pusieron
en ellos al venir a este mundo. Si la vida fuera como este talent show y
Dios fuera su jurado, cuesta poco imaginarle con el gesto de Risto Mejide:
impasible, escondido detrás de unas gafas oscuras que tapan una mirada dura,
dispuesto siempre a caer encima de quien no llega a la altura, sin dejar pasar
a nadie que no lo merezca... ¿Y quién podría presentarse delante de la mirada
de un Dios así?
Por fortuna, como dice el poeta
Casaldáliga, al final del camino nos preguntarán si hemos vivido, si hemos
amado. Y nosotros, sin decir nada, descubriremos nuestro corazón, ojalá que
lleno de nombres. Así, si la vida es un concurso ganarían aquellos que más
sirven y quienes más se entregan, aquellos que más aman a los que nadie más ama,
aquellos que se ponen al servicio de los más pequeños y viven la vida desde esa
intensidad, la de saber responder desde el agradecimiento. No hacen falta
heroismos ni intentar convencer a nadie. Vayamos por la vida sin temor porque
nuestro Juez nos ha amado primero y nos mira con los ojos de quien todo lo
acoge en su amor.
Tras leer este artículo me viene a la mente esta idea: qué bien nos viene el año de la misericordia. Porque Dios es eso misericordia, que acoge, perdona, acaricia, se está tan a gusto sintiéndolo que es una pena que no paremos más en su regazo. H y MN
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