sábado, 4 de julio de 2015

Un extraordinario y conmovedor testimonio para cuando nos falta la esperanza

Eso de que la esperanza es lo último que se pierde resulta difícil practicarlo cuando las cosas se ponen feas en nuestra vida o en la vida de los demás. Puede que al final de todo terminemos esperando, pero en el momento –la mayoría de las veces− la vemos negra y nos abraza un sentimiento de profunda tristeza. ¿Por qué la vida de los hombres parece a veces construida de modo tan cruel? ¿Por qué nuestra vida pasa por tantas pruebas y momentos difíciles? Son preguntas importantes y es bueno dirigirlas a Dios −ojo, dirigirlas a Él, no contra Él− exigiéndole una suerte mejor, un mundo mejor, molestándonos con Él porque nos deja solos o porque no hace nada; y no permitirnos conversar con Él para preguntarle cuál es nuestro papel en todo esto, para qué pasan estas cosas.

Muchas veces me preguntan si está mal ser cristiano y ponerse triste, bajonearse un poco. Yo digo que no. Porque aunque tengamos fe o seamos ateos, las preguntas sobre el sufrimiento en nuestra vida no tienen respuesta. Nunca sabremos por qué han sucedido así las cosas. “La vida del hombre y su destino —nos guste o no— se realiza entre nieblas”, como decía un amigo escritor, “y no hay fe que pueda dar explicaciones tranquilizadoras o lógicas. Tener fe es, en no pocas ocasiones, asumir ese riesgo de la ceguera y entrar simplemente en el amor «a pesar de todo». Un creyente tiene con frecuencia que coger la realidad con las dos manos y marchar cuesta arriba de sus oscuridades, con el mismo jadeante esfuerzo de los que no creen. Dios es amor, no morfina o silogismos matemáticamente explicables”. –terminaba diciendo−.

No hay comentarios:

Publicar un comentario