Será el próximo domingo, 15 de noviembre.
Habrá una “Marcha por la vida y contra el aborto”
en muchos lugares de España y del mundo.
En Madrid, la marcha saldrá, a las 12´00, desde
la C/ Guzmán el Bueno, hasta la C/ Isaac Peral (frente al Tribunal
Constitucional ): Esta vez se va a reclamar al Tribunal Constitucional que se defina ante
esta ley que está incumpliendo su propia sentencia de 1985. Tenemos la
posibilidad de conseguirlo, y de que al menos por esa vía, esta ley deje de
estar en vigor.
El próximo 15 de
noviembre puede ser un domingo más de silencio ante el aborto o puede ser un
domingo de denuncia.
Un domingo de conformismo o un domingo de compromiso.
Un domingo de rendición o un domingo de firmeza.
Un domingo de conformismo o un domingo de compromiso.
Un domingo de rendición o un domingo de firmeza.
Porque hay que
seguir recordando a nuestros gobiernos que ninguna sociedad, que permita la
muerte atroz de seres humanos, tiene derecho a llamarse justa, moderna y
democrática.
Este crimen
infame del aborto debe acabar. El negocio de la muerte debe acabar. La leyes
que lo promueven deben acabar. Y acabarán. Hoy, mañana, tal vez en un futuro
lejano, pero como todo lo inhumano y degradante que alguna vez ha existido,
acabará. Y entonces estaremos contentos de haber defendido la vida en las
peores circunstancias. Cuando nadie daba la cara, hubo gente que la dio por los
más inocentes.
¿Por qué defendemos la vida, siempre?
El Papa
Francisco, en uno de sus discursos, fue firme en la exposición de motivos:
El Magisterio de la Iglesia, a partir de
la Sagrada Escritura y de la experiencia milenaria del Pueblo de Dios, defiende
la vida desde la concepción hasta la muerte natural, y sostiene la plena
dignidad humana en cuanto imagen de Dios (cf. Gen 1, 26).
La vida humana es sagrada porque desde su
inicio, desde el primer instante de la concepción, es fruto de la acción
creadora de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2258), y desde ese momento, el
hombre, única criatura a la que Dios ha amado por sí mismo, es objeto de un amor personal por parte
de Dios (cf. Gaudium et spes, 24).
Los Estados pueden matar por acción
cuando aplican la pena de muerte, cuando llevan a sus pueblos a la guerra o
cuando realizan ejecuciones extrajudiciales o sumarias. Pueden matar también
por omisión, cuando no garantizan a sus pueblos el acceso a los medios
esenciales para la vida. «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite
claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a
una economía de la exclusión y la inequidad”» (Evangelii gaudium, 53}.
La vida, especialmente la humana,
pertenece sólo a Dios. Ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y
Dios mismo se hace su garante. Como enseña san Ambrosio, Dios no quiso
castigar a Caín con el homicidio, ya que quiere el arrepentimiento del pecador
y no su muerte (cf. Evangelium vitae, 9).
Fernando
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