Alegría del encuentro con la gracia que lo
transforma todo, ya que, María es llamada en primer lugar a regocijarse por
todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto,
haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo.
En
este año de la Misericordia, se nos invita a vivir, con María, la
Cuando
Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo que va más más allá de
la capacidad de la razón, se convierte para ella en motivo de alegría, de fe y
de abandono a la palabra que se revela.
Es que la
plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar
un acto tan grande, que puede cambiar la historia de la humanidad.
El Señor
nos presenta, pues, a María como la expresión de la grandeza del amor Dios,
puesto que Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a
prevenir la culpa original, que todo hombre lleva en sí, cuando viene a este
mundo. Es el amor de Dios el que previene,
anticipa y salva.
Sin
embargo, siempre existe la tentación de la desobediencia, que se
expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad
de Dios. Es ésta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres
para oponerlos al diseño de Dios,
ya que la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor
que perdona.
Si todo
quedase relegado al pecado,
seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de
la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre.
Hay que
insistir en que el Jubileo de la Misericordia es también un don de gracia.
Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente
al encuentro de cada uno. Por eso, será un año para crecer en la convicción de
la misericordia.
Cuánta ofensa se
le hace a Dios y a su gracia, cuando se afirma, sobre todo, que los pecados son
castigados por su juicio,
en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia.
Sí, es
precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso,
el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Así, atravesar la
Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de
amor.
Recordemos
al concilio Vaticano
II ya que fue un verdadero encuentro entre
la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un
encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir
de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para
retomar con entusiasmo el camino misionero. Un impulso misionero, por lo tanto, que
después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el
mismo entusiasmo.
El Jubileo
nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el
Vaticano II, el del samaritano,
como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la
Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra, la misericordia del Buen
Samaritano”. Que así sea.
Fernando
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