En
este Año Santo, todos los días a las 6:30 p.m. se reza el rosario en la Plaza
de San Pedro. Allí, diversas parroquias de Roma, institutos religiosos,
confraternidades, entre otros, se reunirán para rezar.
La
razón nos la da el Papa en la bula de convocatoria: “nadie, como María, ha
conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la
misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el
santuario de la misericordia divina, porque participó íntimamente en el
misterio de su amor.
Sabemos
que la misericordia se obtiene, entre otros medios, a través de la confesión y
la conversión. Por esta razón el Papa Francisco ha querido que el sacramento de
la reconciliación tenga un espacio especial para la peregrinación jubilar.
Siempre ha de haber, durante este tiempo,
confesores disponibles en el llamado Brazo de Carlo Magno, al costado de la
Basílica de San Pedro.
Además
ha de haber “misioneros de
la misericordia” a los
que cualquier obispo podrá invitar, en su diócesis, para confesar y absolver de
los pecados que normalmente están reservados a la Sede Apostólica como son los
de la profanación de la Eucaristía, y los pecados relacionados con el aborto, sin necesidad de
recurrir al obispo.
En
conclusión, éste es un jubileo que incluye, en las celebraciones de San Pedro,
el rosario y la confesión sacramental como dos medios sencillos para obtener la
indulgencia plenaria, siguiendo aquella Divina
Misericordia que San Juan
Pablo II aprendió a
amar con Santa
Faustina Kowalska, y
que hace que todo jubileo sea un verdadero momento de gracia para toda la Iglesia y todo el Pueblo de Dios.
Fernando
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