Sí, ya pasó. Nos hemos preparado
durante semanas para acompañar a Jesús en la Semana Santa de su Pasión; días de
abandono, soledad y entrega. Hemos visto como muchos no han escatimado en
esfuerzo y dedicación para llegar hasta aquí: cambios y ajustes personales,
tiempos de silencio, procesiones, cofradías, penitencias…
La pregunta obligada es: ¿y ahora qué?, ¿dejaremos paso a lo que está por llegar? No sea que el efecto resurrección lo vivamos como un espejismo, algo tan inalcanzable como una utopía. Puede sonar extraño, pero a veces se está tan bien en lo viejo, lo obsoleto y lo de siempre, que -como María Magdalena- nos seguimos empeñando en visitar sepulcros y llorar el pasado; cuando hay una voz clara detrás de nosotros que nos dice: «Mirad, que realizo algo nuevo, ¿no lo notáis?» (Is, 43, 19)
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