lunes, 11 de abril de 2016

I.- EL HOGAR, como morada


          
  El pasado lunes, vimos que todo matrimonio vive en una casa.  Y nos fijábamos en lo que Marco Get nos invitaba a reflexionar sobre la casa como “lugar”, o, “no-lugar” para el matrimonio. Y surgía la pregunta: ¿Nuestra casa es un “lugar” o un “no-lugar” para mi matrimonio?
            Avanzamos y decimos más, que nuestra casa es “la morada” para nuestro matrimonio. Y lo será si conseguimos que sea:

Lugar de recogimiento
El recogimiento consiste en volver sobre uno mismo, después de haber salido de nosotros; es reencontrarnos después de habernos desparramado, porque estamos metidos en mil cosas. Se recoge quien se silencia, y se descubre quién es, en lo más profundo de sí: es entonces cuando encuentra en su morada sin despistes, sin llamadas exteriores, sin molestias.
Entonces el recogimiento es fuente de dulzura, de paz, de descanso, de contemplación serena. La pareja de enamorados, o, nosotros como matrimonio en alianza para siempre, construimos nuestro “dulce hogar” donde nos recogemos como pareja, como ese lugar  defendido de influencias externas, donde es posible encontrarnos con la realidad más profunda de nosotros mismos, en el que va ser posible integrar todo lo que, en el despliegue vital, nos aliena, nos rebaja, nos desparrama.

 Lugar de recibimiento y de intimidad.
Recogerse no es estar en la más absoluta soledad, sino vivir la intimidad con alguien.  Entonces, el recogimiento es un recibimiento en intimidad. Y para que haya intimidad, es necesario que haya un “otro”. Cuando en nuestra intimidad recibimos al “Otro” con mayúsculas, recibimos a Dios, tenemos una mirada que contempla, y , que vela mi vida con los ojos de la fe, y ve la realidad también del otro, con los ojos de la fe.
En la morada no se espera a un ”Ud” por muy esplendoroso que sea, sino a  “Tú” familiar, a alguien de casa.
Morar es de morada, de recogimiento, de una ida hacia uno mismo, de una profundización, y además de hospitalidad, de recibimiento humano.  En la morada, el ser hace resonar con sus pasos, en sus idas y venidas  silenciosas, los secretos más profundos de  lo que somos.
En la casa-morada, cada una de las dos personas llamadas a constituir una sola carne, se reciben, se acogen, y crean una atmósfera de recogimiento en la que es posible recoger y compartir todo lo vivido, para caminar juntos hacia la profundidad.
La función original de la morada, de la casa, consiste en abrir, en un determinado ámbito material,  esa utopía en la que el yo se recoge  para habitar. Es donde está nuestra interioridad
En su morada, la pareja puede desnudarse sin vergüenza. El cuerpo desnudo está fuera del tener y no-tener, se dispone del cuerpo, en la medida que uno se encuentra en la morada. Entonces, el cuerpo aparece como posesión que se entrega gratuitamente; el cuerpo es posesión nuestra, siempre y cuando nuestro ser esté en una casa, en nuestra casa como límite entre interioridad y exterioridad.

3ª  Para ir  de morada en morada, hasta la máxima intimidad, como tarea permanente
Santa Teresa en su libro “Las Moradas” o “El castillo interior”  considera a “nuestra alma como un castillo interior,…, donde hay muchas moradas…”
El camino de las moradas es una propuesta para todos aquellos que quieren descubrir su mundo interior, su vida espiritual y su llegada a la unión mística con Dios. Para nosotros, en esto, es también una propuesta para caminar hacia una intimidad consigo mismo. La pareja hace de su casa, de este su espacio, en lo que ha de convertirse, poco a poco: su auténtico “lugar”, su auténtica morada.
Todas las parejas están llamadas a llegar a la séptima morada; pero habiendo pasado, antes, por las anteriores; así se descubre que tener morada es un don, un regalo, pero también, un compromiso. Cuando la vida de pareja quede atrapada por lo exterior, por la exterioridad, por el  permanente desparramamiento, la casa material se convierte en un sinsentido, en un “no-lugar”. Llama la atención cómo algunas parejas gastan y gastan dinero, esfuerzos  y  trabajos extra, para conseguir una casa, y cuando la tienen,  parece que se les cae encima. La novedad inicial se convierte posteriormente en hastío: ¿por qué?  Porque sin quererlo, han construido un “no-lugar” de oro, pero un “no-lugar”.
En cambio, cuando la vida de la pareja crece en intimidad, en relación, en búsqueda conjunta, en integración de todo lo que se vive, se genera un espacio de recogimiento, de acogimiento, de memoria y de síntesis de amor, que la alianza de dos cuerpos, de dos almas, va penetrando hasta convertirse en alianza de corazón, en unificación y paz, en desposorio espiritual, en transparencia vivida.
Los místicos nos dicen que no se llega a tal cumbre de la séptima morada sin pasar previamente por las noches del sentido y del espíritu, es decir, por muchas dificultades. Las parejas que quieren construir su casa como “lugar”, como hogar, como espacio para le intimidad, deben saber esto por experiencia.
Así consideradas las cosas, “casarse” es crear el espacio externo de una aventura interior, es establecer un “lugar” en un mundo plagado de “no-lugares”, es transformar un edificio con construcción exterior, en el sacramento de las moradas del alma de Dios: eso es la  casa.

El siguiente paso será, conseguir  una morada que no sólo sea un “no-lugar” sino, además, en hacer que ese lugar sea una “Iglesia doméstica”. (…será la parte siguiente)


                                                           Fernando

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