Avanzamos y decimos más, que nuestra
casa es “la morada” para nuestro matrimonio. Y lo será si conseguimos que sea:
1º Lugar de recogimiento.
El recogimiento consiste en volver sobre uno mismo,
después de haber salido de nosotros; es reencontrarnos después de habernos
desparramado, porque estamos metidos en mil cosas. Se recoge quien se silencia,
y se descubre quién es, en lo más profundo de sí: es entonces cuando encuentra en
su morada sin despistes, sin llamadas exteriores, sin molestias.
Entonces el recogimiento es fuente de dulzura, de paz,
de descanso, de contemplación serena. La pareja de enamorados, o, nosotros como
matrimonio en alianza para siempre, construimos nuestro “dulce hogar” donde nos
recogemos como pareja, como ese lugar defendido
de influencias externas, donde es posible encontrarnos con la realidad más
profunda de nosotros mismos, en el que va ser posible integrar todo lo que, en
el despliegue vital, nos aliena, nos rebaja, nos desparrama.
2º Lugar de
recibimiento y de intimidad.
Recogerse no es estar en la más absoluta soledad, sino
vivir la intimidad con alguien.
Entonces, el recogimiento es un recibimiento en intimidad. Y para que
haya intimidad, es necesario que haya un “otro”. Cuando en nuestra intimidad
recibimos al “Otro” con mayúsculas, recibimos a Dios, tenemos una mirada que
contempla, y , que vela mi vida con los ojos de la fe, y ve la realidad también
del otro, con los ojos de la fe.
En la morada no se espera a un ”Ud” por muy esplendoroso
que sea, sino a “Tú” familiar, a alguien
de casa.
Morar es de morada, de recogimiento, de una ida hacia
uno mismo, de una profundización, y además de hospitalidad, de recibimiento
humano. En la morada, el ser hace
resonar con sus pasos, en sus idas y venidas
silenciosas, los secretos más profundos de lo que somos.
En la casa-morada, cada una de las dos personas
llamadas a constituir una sola carne, se reciben, se acogen, y crean una
atmósfera de recogimiento en la que es posible recoger y compartir todo lo
vivido, para caminar juntos hacia la profundidad.
La función original de la morada, de la casa, consiste
en abrir, en un determinado ámbito material, esa utopía en la que el yo se recoge para habitar. Es donde está nuestra
interioridad
En su morada, la pareja puede desnudarse sin
vergüenza. El cuerpo desnudo está fuera del tener y no-tener, se dispone del
cuerpo, en la medida que uno se encuentra en la morada. Entonces, el cuerpo
aparece como posesión que se entrega gratuitamente; el cuerpo es posesión
nuestra, siempre y cuando nuestro ser esté en una casa, en nuestra casa como
límite entre interioridad y exterioridad.
3ª Para
ir de morada en morada, hasta la máxima
intimidad, como tarea permanente
Santa Teresa en su libro “Las Moradas” o “El castillo
interior” considera a “nuestra alma como
un castillo interior,…, donde hay muchas moradas…”
El camino de las moradas es una propuesta para todos
aquellos que quieren descubrir su mundo interior, su vida espiritual y su
llegada a la unión mística con Dios. Para nosotros, en esto, es también una
propuesta para caminar hacia una intimidad consigo mismo. La pareja hace de su
casa, de este su espacio, en lo que ha de convertirse, poco a poco: su auténtico
“lugar”, su auténtica morada.
Todas las parejas están llamadas a llegar a la séptima
morada; pero habiendo pasado, antes, por las anteriores; así se descubre que
tener morada es un don, un regalo, pero también, un compromiso. Cuando la vida
de pareja quede atrapada por lo exterior, por la exterioridad, por el permanente desparramamiento, la casa material
se convierte en un sinsentido, en un “no-lugar”. Llama la atención cómo algunas
parejas gastan y gastan dinero, esfuerzos
y trabajos extra, para conseguir
una casa, y cuando la tienen, parece que
se les cae encima. La novedad inicial se convierte posteriormente en hastío:
¿por qué? Porque sin quererlo, han
construido un “no-lugar” de oro, pero un “no-lugar”.
En cambio, cuando la vida de la pareja crece en
intimidad, en relación, en búsqueda conjunta, en integración de todo lo que se
vive, se genera un espacio de recogimiento, de acogimiento, de memoria y de
síntesis de amor, que la alianza de dos cuerpos, de dos almas, va penetrando
hasta convertirse en alianza de corazón, en unificación y paz, en desposorio
espiritual, en transparencia vivida.
Los místicos nos dicen que no se llega a tal cumbre de
la séptima morada sin pasar previamente por las noches del sentido y del
espíritu, es decir, por muchas dificultades. Las parejas que quieren construir
su casa como “lugar”, como hogar, como espacio para le intimidad, deben saber
esto por experiencia.
Así consideradas las cosas, “casarse” es crear el
espacio externo de una aventura interior, es establecer un “lugar” en un mundo
plagado de “no-lugares”, es transformar un edificio con construcción exterior,
en el sacramento de las moradas del alma de Dios: eso es la casa.
El siguiente paso será, conseguir una morada que no sólo sea un “no-lugar”
sino, además, en hacer que ese lugar sea una “Iglesia doméstica”. (…será la parte siguiente)
Fernando
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