5.- La
familia , comunidad y Eucaristía:
El acontecimiento del nacimiento de todo estado, en su
histórico inicio, es el gran regalo que la pareja matrimonial puede ofrecer a
la historia.
La familia se constituye en torno a la vida que nace, como medio ambiente, como biosfera humana en la que
se desarrolla las más insospechadas semillas. Todo esto tiene mucho de
misterioso, que prolonga el misterio de la Navidad. Cuando se vive en
profundidad el misterio de la pareja y de la familia, toda la casa queda
bautizada, consagrada, ungida por el espíritu de amor. Todo en ella se hace
sacramental, se hace eclesial. Entonces, celebrar la Eucaristía en las casas es
algo más que la celebración eucarística: todas las casas, todos los hogares
están llamados a celebrar cada día la eucaristía, la fracción del pan, la
entrega del cuerpo y de la sangre por la vida del mundo. ¡A ver!... celebrar la
eucaristía no quiere decir que tengamos que tener “misa” dentro de la casa, pues
es mucho más, la eucaristía empieza ANTES de ir a “misa”. La eucaristía
empieza cuando creamos comunidad, y empezamos por crearla en nuestra casa;
si no, la eucaristía es mentira, porque no hay eucaristía si no hay comunidad desde
dentro. Y esto empieza en casa: empieza cuando somos una comunidad generadora
de vida, como dijimos antes.
Cuando vivimos esto, todo es sacramental, y todas las
casas, todos los hogares, celebran la eucaristía, la fracción del pan, la
entrega del cuerpo y la sangre por la vida del mundo. La fecundidad de esta
eucaristía doméstica explica que ese matrimonio es acción de fecundidad de
Dios que es Padre y Madre (que conviene recordar de vez en cuando: eso, que
Dios es Padre y Madre).
La casa de la pareja y de la familia no es un mero
edificio, es un lugar, espacio de convivencia, y, si la comunidad
familiar es una Iglesia doméstica, también la casa adquiere un carácter
sagrado: no es justo aplicar a los edificios donde habitan las personas
consagradas, monjes, monjas, religiosos… el título de edificio sagrado, o de
casa religiosa, si después no lo hacemos también con las casas en donde habita
una pareja, una familia, una Iglesia doméstica: son igualmente sagrados.
Allí donde hay fuego divino del amor de Dios derramado
en los corazones, allí tenemos un espacio sagrado: “donde dos o tres están
reunidos en nombre de Dios, allí está Dios, en medio de ellos”. Por eso, la
casa familiar bien puede considerarse un templo, un espacio sacramental.
La casa familiar es un santuario pero con distintas estancias: la sala de estar, el
comedor, el dormitorio, … Se da la realidad más natural, y al mismo tiempo más
transcendente; en ella descubrimos la peculiaridad de lo sagrado; la grandeza
de esto es que lo sagrado se hace cotidiano, se hace connatural a nosotros, se
rompe la barrera, esa que tradicionalmente hemos establecido entre lo sagrado,
como hacer determinadas cosas, lo cotidiano como algo que se aleja: no, eso es
una falsa espiritualidad.
La espiritualidad es vivir el Evangelio en la vida
cotidiana: eso es espiritualidad: no es una actividad extra, es decir, lo
que estamos haciendo por ejemplo, en este Retiro de estos dos días, … es tan
espiritual, como cuando estáis fregando los platos o trabajando, o barriendo el
pasillo.
El problema no es el “qué”, sino el “por qué”, que es lo fundamental: que es el amor. Las comidas
y cenas, los encuentros en la sala de estar, el amor y el descanso en el
dormitorio, el aseo y la purificación en el cuarto de baño, nos indican que hay
una sacramentalidad doméstica, que se puede experimentar en toda su fuerza. Por
eso, no es extraño que la tierra de nuestro hogar sea para nosotros algo así como “tierra sagrada”, como
sacramento familiar. Por tanto, la praxis de todo lo que decíamos antes es
el vivir esto, pero intentando tomar conciencia de que lo hacemos por una
razón, y esa razón es porque amamos… a nuestro marido, a nuestra mujer, porque
amamos a los que tenemos en casa. Y hacemos lo que hacemos, … aunque nos cueste
un riñón.
6.-Intereclesialidad
y ecumenismo en la Iglesia doméstica:
que también se vive en la Iglesia doméstica.
La Iglesia doméstica, en tiempos de pluralismo como el
presente que nos toca vivir hoy, en tiempos de superación de diferencia de
género, y de superación del matriarcalismo, es un espacio especial. Un espacio
complejo, pero también privilegiado para que emerja un modelo mejor de diálogo
de género, de diálogo ecuménico, de diálogo interreligioso. Es ahí donde más duras se vuelven las diferencias de la fe,
y donde más se añora la comunión. En la Iglesia doméstica, tanto el padre
como la madre son los sacerdotes del hogar. Tanto el padre como la madre
son los predicadores primeros de la fe, y son educadores de la fe. Y
también los hijos son los participantes del sacerdocio común como bautizados,
confirmados, partícipes de la consagración eucarística, y también
evangelizadores de sus padres.
Es interesante resaltar que el ideal de Lucas de
comunidad eclesial con un solo corazón, una sola alma y todo en común, eso
que se describe en los Hechos de los Apóstoles, puede hacerse realidad más
fácilmente en la comunidad matrimonial y familiar. Es verdad que el patriarcalismo
y el machismo son un pésimo presupuesto, difícil de erradicar, y
sutilmente presente en la estructura familiar. Ambos impiden formar una
comunidad en la que reine igualdad antropológica, o la igual equidad, la
fundamental fraternidad y la sororidad, (por ser la razón femenina de la
fraternidad). En la Iglesia doméstica se hace posible aquello de que todos
en Cristo somos uno: no hay hombre ni mujer, no hay ni esclavo ni libre, no
hay judío ni gentil: todo eso tiene vigencia especial en la familia, en la Iglesia doméstica.
No toda comunidad cristiana sigue siendo Iglesia
doméstica de la misma forma: los límites familiares no siempre coinciden con
los límites eclesiales, pero la comunidad de amor sí que crea una
especie de Iglesia doméstica extendida, donde se acoge al diferente, y veremos
que esto es una de las dimensiones principales del matrimonio, donde hay
hospitalidad confesional y religiosa, y donde el diálogo de vida se torna
presupuesto de tolerancia, mutuo aprecio y crecimiento conjunto, en
primer lugar dentro, porque si no, cómo vamos a ser tolerantes con los de fuera: si yo no acepto o no tolero
que mi hijo me haya salido… no-creyente… ¿qué espíritu de comunión y de
ecumenismo voy a tener fuera, si no lo tengo dentro? Mal asunto.
7.- Iglesia
doméstica: Abierta, Una, Santa
De este modo se expresa en la Iglesia doméstica de un
modo del todo especial, la innata catolicidad de toda la Iglesia. Ser
católico no es ser sectario, sino estar abierto al todo. Las familias en
las cuales hay miembros de diferentes Iglesias o familias intereclesiales,
siempre viven en sí mismas, diariamente, la división entre las Iglesias;
descubren en sí mismas que la Iglesia UNA está dividida, y así lo
experimentan en la vida y en la oración. Es especialmente agudo este problema
cuando la familia intereclesial se reúne para la eucaristía de cada domingo.
Allí hay siempre un sentimiento de que algo
se ha perdido, allí hay una unidad que es objeto de oración y de
esperanza, pero todavía no se realiza. Estas familias piensan en la oración de
Jesús por la unidad, e íntimamente se relaciona con el tema de la Eucaristía, que nos invita a que
todos seamos UNO como Tú Padre estás en Mí
y yo en Ti, que sean UNO en nosotros para que el mundo crea que Tú me
enviaste.
Esta necesidad consciente de la Eucaristía para llegar
a ser un signo de unidad entre los cristianos es algo que nos afecta a todos:
las parejas intereclesiales, donde uno cree y otro no cree, o donde son de
confesiones distintas, sienten la división de la Iglesia mucho más agudamente
que otros, pero al mismo tiempo experimentan la esperanza y la posibilidad de
la unidad. Representan el modelo de un mundo que ha de venir, una oración que
ha de ser escuchada, una realidad no concretada todavía, pero hacia la que
caminamos. Pablo experimentó el amor de Cristo por él, y ese amor le llevó a
devolvérselo, en una vida dedicada y en la entrega generosa.
El Amor se nutre de la Palabra de Dios y del amor a
Cristo: la vida de Pablo fue siempre
con Cristo y de Cristo. Dice Pablo: “Para mí vivir es Cristo”. Pues bien, nuestra
tarea modesta es imitar el ejemplo de Pablo: nuestra oración es que
podamos compartir la mesa del Señor; nuestra esperanza es que algún día,
incluso los miembros de la familia que no creen o creen de un modo distinto, compartan
también el banquete eterno del cielo, una fiesta para un Rey, una fiesta
para quienes siguen al Cordero, una fiesta de bodas, a la que todos están
invitados.
La única condición para ser admitidos es que todos
estemos vestidos con Cristo, que estemos unidos a Él, cada uno desde su
experiencia y su perspectiva, …con vestidura de bodas. Que así sea.
Fernando
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