lunes, 25 de abril de 2016

La familia es “IGLESIA DOMÉSTICA” : P. Mata (II)




5.- La familia , comunidad  y Eucaristía:
El acontecimiento del nacimiento de todo estado, en su histórico inicio, es el gran regalo que la pareja matrimonial puede ofrecer a la historia.
La familia se constituye en torno a la vida que nace, como medio ambiente, como biosfera humana en la que se desarrolla las más insospechadas semillas. Todo esto tiene mucho de misterioso, que prolonga el misterio de la Navidad. Cuando se vive en profundidad el misterio de la pareja y de la familia, toda la casa queda bautizada, consagrada, ungida por el espíritu de amor. Todo en ella se hace sacramental, se hace eclesial. Entonces, celebrar la Eucaristía en las casas es algo más que la celebración eucarística: todas las casas, todos los hogares están llamados a celebrar cada día la eucaristía, la fracción del pan, la entrega del cuerpo y de la sangre por la vida del mundo. ¡A ver!... celebrar la eucaristía no quiere decir que tengamos que tener “misa” dentro de la casa, pues es mucho más, la eucaristía empieza ANTES de ir a “misa”. La eucaristía empieza cuando creamos comunidad, y empezamos por crearla en nuestra casa; si no, la eucaristía es mentira, porque no hay eucaristía si no hay comunidad desde dentro. Y esto empieza en casa: empieza cuando somos una comunidad generadora de vida, como dijimos antes.
Cuando vivimos esto, todo es sacramental, y todas las casas, todos los hogares, celebran la eucaristía, la fracción del pan, la entrega del cuerpo y la sangre por la vida del mundo. La fecundidad de esta eucaristía doméstica explica que ese matrimonio es acción de fecundidad de Dios que es Padre y Madre (que conviene recordar de vez en cuando: eso, que Dios es Padre y Madre).
La casa de la pareja y de la familia no es un mero edificio, es un lugar, espacio de convivencia, y, si la comunidad familiar es una Iglesia doméstica, también la casa adquiere un carácter sagrado: no es justo aplicar a los edificios donde habitan las personas consagradas, monjes, monjas, religiosos… el título de edificio sagrado, o de casa religiosa, si después no lo hacemos también con las casas en donde habita una pareja, una familia, una Iglesia doméstica: son igualmente sagrados.
Allí donde hay fuego divino del amor de Dios derramado en los corazones, allí tenemos un espacio sagrado: “donde dos o tres están reunidos en nombre de Dios, allí está Dios, en medio de ellos”. Por eso, la casa familiar bien puede considerarse un templo, un espacio sacramental.
La casa familiar es un santuario pero con distintas estancias: la sala de estar, el comedor, el dormitorio, … Se da la realidad más natural, y al mismo tiempo más transcendente; en ella descubrimos la peculiaridad de lo sagrado; la grandeza de esto es que lo sagrado se hace cotidiano, se hace connatural a nosotros, se rompe la barrera, esa que tradicionalmente hemos establecido entre lo sagrado, como hacer determinadas cosas, lo cotidiano como algo que se aleja: no, eso es una falsa espiritualidad.
La espiritualidad es vivir el Evangelio en la vida cotidiana: eso es espiritualidad: no es una actividad extra, es decir, lo que estamos haciendo por ejemplo, en este Retiro de estos dos días, … es tan espiritual, como cuando estáis fregando los platos o trabajando, o barriendo el pasillo.
El problema no es el “qué”, sino el “por qué”, que es lo  fundamental: que es el amor. Las comidas y cenas, los encuentros en la sala de estar, el amor y el descanso en el dormitorio, el aseo y la purificación en el cuarto de baño, nos indican que hay una sacramentalidad doméstica, que se puede experimentar en toda su fuerza. Por eso, no es extraño que la tierra de nuestro hogar sea para nosotros  algo así como “tierra sagrada”, como sacramento familiar. Por tanto, la praxis de todo lo que decíamos antes es el vivir esto, pero intentando tomar conciencia de que lo hacemos por una razón, y esa razón es porque amamos… a nuestro marido, a nuestra mujer, porque amamos a los que tenemos en casa. Y hacemos lo que hacemos, … aunque nos cueste un riñón.

6.-Intereclesialidad y ecumenismo en la Iglesia doméstica: que también se vive en la Iglesia doméstica.
La Iglesia doméstica, en tiempos de pluralismo como el presente que nos toca vivir hoy, en tiempos de superación de diferencia de género, y de superación del matriarcalismo, es un espacio especial. Un espacio complejo, pero también privilegiado para que emerja un modelo mejor de diálogo de género, de diálogo ecuménico, de diálogo interreligioso. Es ahí donde  más duras se vuelven las diferencias de la fe, y donde más se añora la comunión. En la Iglesia doméstica, tanto el padre como la madre son los sacerdotes del hogar. Tanto el padre como la madre son los predicadores primeros de la fe, y son educadores de la fe. Y también los hijos son los participantes del sacerdocio común como bautizados, confirmados, partícipes de la consagración eucarística, y también evangelizadores de sus padres.
Es interesante resaltar que el ideal de Lucas de comunidad eclesial con un solo corazón, una sola alma y todo en común, eso que se describe en los Hechos de los Apóstoles, puede hacerse realidad más fácilmente en la comunidad matrimonial y familiar. Es verdad que el patriarcalismo y el machismo son un pésimo presupuesto, difícil de erradicar, y sutilmente presente en la estructura familiar. Ambos impiden formar una comunidad en la que reine igualdad antropológica, o la igual equidad, la fundamental fraternidad y la sororidad, (por ser la razón femenina de la fraternidad). En la Iglesia doméstica se hace posible aquello de que todos en Cristo somos uno: no hay hombre ni mujer, no hay ni esclavo ni libre, no hay judío ni gentil: todo eso tiene vigencia especial en  la familia, en la Iglesia doméstica.
No toda comunidad cristiana sigue siendo Iglesia doméstica de la misma forma: los límites familiares no siempre coinciden con los límites eclesiales, pero la comunidad de amor sí que crea una especie de Iglesia doméstica extendida, donde se acoge al diferente, y veremos que esto es una de las dimensiones principales del matrimonio, donde hay hospitalidad confesional y religiosa, y donde el diálogo de vida se torna presupuesto de tolerancia, mutuo aprecio y crecimiento conjunto, en primer lugar dentro, porque si no, cómo vamos a ser tolerantes  con los de fuera: si yo no acepto o no tolero que mi hijo me haya salido… no-creyente… ¿qué espíritu de comunión y de ecumenismo voy a tener fuera, si no lo tengo dentro? Mal asunto.

7.- Iglesia doméstica: Abierta, Una, Santa
De este modo se expresa en la Iglesia doméstica de un modo del todo especial, la innata catolicidad de toda la Iglesia. Ser católico no es ser sectario, sino estar abierto al todo. Las familias en las cuales hay miembros de diferentes Iglesias o familias intereclesiales, siempre viven en sí mismas, diariamente, la división entre las Iglesias; descubren en sí mismas que la Iglesia UNA está dividida, y así lo experimentan en la vida y en la oración. Es especialmente agudo este problema cuando la familia intereclesial se reúne para la eucaristía de cada domingo. Allí hay siempre un sentimiento de que algo  se ha perdido, allí hay una unidad que es objeto de oración y de esperanza, pero todavía no se realiza. Estas familias piensan en la oración de Jesús por la unidad, e íntimamente se relaciona con el  tema de la Eucaristía, que nos invita a que todos seamos UNO como Tú Padre estás en Mí  y yo en Ti, que sean UNO en nosotros para que el mundo crea que Tú me enviaste.
Esta necesidad consciente de la Eucaristía para llegar a ser un signo de unidad entre los cristianos es algo que nos afecta a todos: las parejas intereclesiales, donde uno cree y otro no cree, o donde son de confesiones distintas, sienten la división de la Iglesia mucho más agudamente que otros, pero al mismo tiempo experimentan la esperanza y la posibilidad de la unidad. Representan el modelo de un mundo que ha de venir, una oración que ha de ser escuchada, una realidad no concretada todavía, pero hacia la que caminamos. Pablo experimentó el amor de Cristo por él, y ese amor le llevó a devolvérselo, en una vida dedicada y en la entrega generosa.
El Amor se nutre de la Palabra de Dios y del amor a Cristo: la vida de Pablo fue siempre con Cristo y de Cristo. Dice Pablo: “Para mí vivir es Cristo”. Pues bien, nuestra tarea modesta es imitar el ejemplo de Pablo: nuestra oración es que podamos compartir la mesa del Señor; nuestra esperanza es que algún día, incluso los miembros de la familia que no creen o creen de un modo distinto, compartan también el banquete eterno del cielo, una fiesta para un Rey, una fiesta para quienes siguen al Cordero, una fiesta de bodas, a la que todos están invitados.
La única condición para ser admitidos es que todos estemos vestidos con Cristo, que estemos unidos a Él, cada uno desde su experiencia y su perspectiva, …con vestidura de bodas. Que así sea.

                                                                                              Fernando


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