«Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra» (Ct 2, 12)
Es más difícil de lo que parece. Propio del tiempo pascual es dejar que los efectos de la resurrección
se muestren. Y tiene que ver más con los sentidos que con la cabeza. Es una explosión de posibilidades, matices y colores
tras el rigor cuaresmal. Es la
apuesta definitiva de Dios por la vida. El triunfo de lo bueno. Que ya no hay sepulcros que visitar. Es poder ganar
el campeonato a las pequeñas muertes que me acechan de continuo. Es dejar, de
una vez por todas, que el resucitado despliegue en mí su fantasía.
Ojalá salgamos a la Pascua con las texturas y fragancias del Cantar de los Cantares: con los aromas exóticos del nardo y del azafrán; del áloe y la canela; los huertos con frutos exquisitos; los zafiros y las piedras de Tarsis; los manzanos entre árboles silvestres y los tapizados de amor en la madera del Líbano. En definitiva, el efecto pascual es permitir que, en mi vida cotidiana, la resurrección de Cristo estalle y disipe toda tiniebla.
¿Por dónde intuyo que va la fantasía del resucitado en mí?
¿Qué nuevos matices, gestos y deseos traen en mí el tiempo de Pascua? |
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