La vida anticipa la eternidad. Hay
muchas pequeñas muertes cotidianas. Una decepción. Un amor que no ha logrado
sobrevivir. El orgullo que se cae de su pedestal. Un fracaso. Un suspenso que
parece irreparable. La ruptura de una amistad, la crisis radical de fe… Pero no
desesperemos, que la muerte no tiene la última palabra. Hay también, aunque no
siempre nos demos cuenta, pequeñas resurrecciones. Hay instantes de lucidez en
que vuelve la alegría profunda, más libre después de la tormenta. El amor
vuelve a encender las cenizas que parecían solo despojos de uno mismo. Los
vínculos vuelven a estrecharse en la vida, devolviéndonos el encuentro y los
motivos. La chispa de Dios nunca se apaga en nosotros.
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